Ya nos dijeron en la primera ocasión que era un proyecto muy arriesgado para el barrio, pero nosotros nos lanzamos a la piscina. Y es que conocemos de primera este lugar porque vivimos aquí. Y cada vez que alguna persona de fuera venía a visitarnos, siempre decía lo mismo: “el barrio está muy bien, pero echamos de menos algún bar más”. Es una manera diplomática de decir que el barrio es un auténtico muermo.
Porque, a lo largo de la semana, esto es un no parar, lleno de tráfico, ruido y de trabajadores que van y vienen a las oficinas de la zona. Tampoco faltan los restaurantes y algunas terrazas con sus sombrillas para bares para el buen tiempo. Pero en cuanto llegan las 7 de la tarde, todo se queda tranquilo y apenas se escuchan los ladridos de los perros que salen a pasear al caer el sol. Y en fin de semana ya él no va más: no se oye ni un alma. Todos parecen haberse ido.
Por eso pensamos que podíamos abrir un negocio que ofreciera a los sufridos vecinos un lugar de esparcimiento en la noche y en los fines de semana, un bar de los de toda la vida, con sus sombrillas para bares, pero adaptado a las circunstancias. Como ya nos iba bastante bien en nuestros respectivos trabajos, decidimos que era el momento de apostar por algo diferente que sirviera de complemento a nuestro trabajo habitual.
Porque siempre nos habíamos enorgullecido de ser originales en nuestros proyectos de vida. Pero abrir un bar en un sitio tan poco propicio era todo un reto. Para empezar, sería la primera vez que nos embarcásemos en un proyecto de este tipo. Habíamos abierto otra clase de negocios, pero nunca algo tan ‘tradicional’ como un bar. Y, además, a la puerta de casa, que si fallábamos todo el mundo sabría quién estaba detrás del ‘fracaso’. Pero quien no se arriesga no cruza el río, así que tocaba lanzarse a la piscina y comprobar si este barrio estaba preparado para algo más que aburridos oficinistas.